El rubà de la bandera cubana enmarca la foto de una habitación empapelada con retratos del Che y cubierta de herramientas y adornos indÃgenas. Está la foto de Alberto Korda, pero también otros retratos del comandante Guevara menos habituales. Bajo el icono hay dos jóvenes que identificamos con la inconoclastia del punk, o con la adaptación de este movimiento a los tiempos. No es 1977, son los 2000, en La Habana. En piezas pequeñas vemos a algunos de estos rebeldes cubanos. Tatuajes, pintadas y carteles. Y personajes, cogidos en cualquier momento. Relajados. Tal vez, aburridos.
Eskoria es el grupo de William, retratado por Trueba en el segundo capÃtulo de su trabajo. En la habitación de una casa los vemos ensayar. Tiempo después alguien asesinó a William. Pero lo que se ve en las fotos no es eso. Tampoco la enfermedad en forma de VIH. Se ve la vida a través de la amistad, de la música y el respeto radical por la libertad. La vida en el sanatorio, como un acorde repetido varias veces en la historia del punk, fue parte del equipaje de William, nos cuentan las escasas notas que ponen contexto a las fotos. Éstas nos devuelven a ese proto punkarra convertido en una estrella underground, rodeado de chicos que ven en William parte de esa historia no oficial, esas historias imprescindibles para vivir en el planeta Tierra.
Este viaje de Trueba se cierra con una historia de amor. Amor surcado por las cicatrices y la quÃmica de los medicamentos en un sanatorio para dos personas aisladas en Pinar del RÃo. La cámara vuelve a viajar a la intimidad de las habitaciones. En esta ocasión no hay carteles, ni santos, ni fotos del Che. Yohandra y Gerson es todo lo que hay. Viva.
Kuidado, os avisamos
Tatuajes, pieles dibujadas por las arrugas, sábanas arrugadas, pitillos encendidos. Algunas de las personas que aparecen retratadas en ¡Kuidado Ke Muerden! nos miran. Otras miran más allá, quizá a quien le está haciendo la foto, posiblemente su vecina, su hijo, su amiga, quizá a otra parte. Seis chicos y cuatro chicas han participado con pequeñas cámaras digitales en este taller de fotografÃa en torno al movimiento punk que organizaron Can Basté, Ruido Photo y el Maxim Rock de La Habana. Esa otra Habana mostrada desde esa otra historia, en los márgenes de la tierra del son.
Las fotos recorren todas las edades de hombres y mujeres, apenas hay un salto de 60 años entre las vivencias y curiosidades de una mujer mayor con el pelo rojo, vestida de rojo y las del niño que aparece cortado por el encuadre en una esquina del retrato. El calor cubano y los chaparrones tropicales. Piezas por las que pasa todo el mundo y en las que varias generaciones han dejado una pátina de vida, una marca en la pared. Miles de retratos no revelados nunca.
Repaso este manojo de historias “ke muerden†y las ideas sobre Cuba que son moneda corriente en los medios de comunicación españoles, y hay algo que tira hacia lo que es real, lo que se puede ver, lo que se puede transmitir por medio de una cámara fotográfica aun hoy, cuando parece que hemos visto todas las imágenes y dicen que nos llega toda la información posible.
Lo que muestran estos proyectos es un radical respeto por la vida de los demás, por una vida en común basada en la libertad, basada en el reconocimiento de la existencia de las otras y los otros. Este libro es una marca más, un tatuaje, otra de esas canciones punk que nos recuerdan que la lucha por esa libertad de a diario no se detiene nunca.
Fuente:Â diagonalperiodico