Son las cinco de la mañana cuando el sonido de unos disparos rompe la tranquilidad de Vera, un pueblo navarro cercano a la frontera con Francia. En el tiroteo mueren dos guardias civiles y varios militantes anarquistas. Pablo MartÃn Sánchez aún no lo sabe, pero el disparo que ha recibido en la pierna acaba de decidir su futuro. Lo que sà sabe mientras huye por el monte intentando alcanzar la frontera es que la intentona de Vera ha fracasado. TraicioÂnados por los infiltrados y vigilados por la PolicÃa, los anarquistas españoles en el exilio no han podido derribar la dictadura de Primo de Rivera, que se hace fuerte a base de represión. En privado, el dictador se jacta de estar acabando con los anarquistas, que mueren a centenares con un hierro clavado en la nuca por los verdugos del Estado o con una bala en la cabeza gracias a los pistoleros de la patronal. La censura hará su trabajo y los periódicos del momento apenas mencionarán lo sucedido. La intentona de Vera caerá en uno de los olvidos más oscuros de la historia del anarquismo español, a pesar de que en ella participaron algunos de los que luego serán figuras clave de la Guerra Civil, como Durruti, Ascaso o Vivancos.
Pero las dictaduras caen, o al menos son sustituidas por otras, y los censores acaban olvidando algunos episodios. Entonces alguien llamado Pablo MartÃn Sánchez teclea su nombre en Google y encuentra una página que habla de un militante anarquista que se llamaba como él. La información es muy escasa, apenas un par de fechas y unas pocas lÃneas, pero lo suficiente para encontrar un hilo del que tirar. Un hilo que lleva a una novela de Baroja, al Registro Civil de Barakaldo, a la residencia de ancianos donde está internada la sobrina de MartÃn Sánchez, que a pesar de sus 90 años aún recuerda No hay juegos con el lector ni técnicas narrativas rebuscadas: sólo se cuenta una historiaperfectamente la sonrisa ladeada de su tÃo. Basándose en las conversaciones mantenidas con ella durante meses y en una exhaustiva documentación histórica, ese otro MartÃn SánÂchez ha reconstruido la historia del militante anarquista, desde su nacimiento en 1890 hasta que fue condenado a garrote vil en 1924. La historia de su amor por Ãngela, que le costó un disparo en el pulmón, y una búsqueda de años que solo acabó cuando estaba a punto de ser ajusticiado. La historia de su exilio en ParÃs al estallar el golpe de Estado, de su encuentro con Emma Goldman en EE UU, de su trabajo como corresponsal en el matadero de Verdún. La historia de alguien que habÃa luchado y habÃa perdido. Que habÃa conocido demasiado pronto a los que engrasan los fusiles y ajustan las camisas de fuerza, a los que introducen las larvas en los oÃdos de los hombres mientras duerÂmen, a los que engendran la enfermedad y la peste. Que habÃa muerto demasiadas veces.
La historia de MartÃn Sánchez tenÃa que ser contada porque hay cadáveres demasiado hermosos para ser enterrados, que desprenden luz como si hubiesen visto todos los incendios o hubiesen masticado cientos de luciérnagas. Su historia tenÃa que ser contada, pero no era sencillo hacerlo sin convertir al militante anarquista en carnaza para el mercado de camisetas, parches y llaveros que devora constantemente frases y rostros. El autor ha conseguido algo tremendamente difÃcil: contar una historia compleja con sencillez. No hay juegos con el lector ni técnicas narrativas rebuscadas: sólo se cuenta una historia, y esa historia es suficientemente hermosa por sà misma. El anarquista que se llamaba como yo es una novela enorme, de esas que no quieres que se acaben, de las que te hacen pasar las páginas con un nudo en el estómago porque sabes que la insurrección fracasó, que los rebeldes de Vera nunca consiguieron acabar con la dictadura, que Pablo fue condenado a morir por un Estado con las manos demasiado manchadas de sangre. O quizás no. Quizás los incendios nunca se apaguen del todo. Quizás las condenas a muerte no sean tan seguras.
Fuente:Â diagonalperiodico